domingo, 17 de febrero de 2008

Ayer

Te entiendo.
Te juro que te entiendo.

Ya todos los poetas de todos los ayeres han intentado cincelar las palabras que esbocen, apenas, el críptico arcano del enamoramiento.

Yo sé cómo te sentiste. ¡Cómo no voy a saberlo!
Se te encendió la piel y se te anudaron cosquillas juguetonas en el cuello que te hacían volverlo a cada instante, buscándola, con la risa desbordándote los ojos. Cuando la veías sin que ella te mirara, le dejabas caer tu mirada, asombrado, por todo su cuerpo y tu mente estallaba en incontenibles deliciosas emociones vibrando hasta la misma punta de tus pies. Cuando se veían, cuando tus pupilas se encastraban con las de ella, sentías un fluir entre ambos que se te volvía casi tangible; la maravillosa primigenia comunicación donde las palabras sobran, porque hablan, a su modo, espíritu, materia y las ganas de dejarse caer rendidos en el tálamo de todos los placeres.

Las manos se te volvieron urgentes. De tanto ansiar recorrerla a ella, en ese descubrimiento moroso de a centímetros, y no poder, se te ponían a hacer cosas sin que te dieras cuenta y, entonces, tomabas café, y sostenías papeles que no necesitabas, y acomodabas cosas, y te sacabas la corbata y te la volvías a poner.

Y las campanas doblaron a gloria cuando te diste cuenta que a ella le sucedía lo mismo.
¿Y por qué dejar pasar eso tan humano, tan perfecto, tan inasible en la rígida racionalidad con que lidiamos a medida que la vida avanza?

Diste paso a tu alma y se fundieron, al fin, en la acabada maestría de compartirse. Todo cumplió con lo imaginado y más.
Te sentiste renaciendo en su entrega, en cada uno de sus gestos, en su risa, en sus olores, boca a boca traspasándose el aire vital.
Te encontraste ejerciendo el hoy con más ganas que nunca, estallándolo como a vos mismo en cada orgasmo, tejiendo la trama del mañana con asombros, picardías, secretos, risas, y la boca ardiendo de tantos besos.

Pero, te olvidaste que todos, también, tenemos un pasado.
Un pasado al que no se vuelve.
Seguí dedicándote al hoy con los mañana que él traiga y, cuando quieras, comenzá con uno nuevo, como comienza cada día generando ayeres absolutos. De eso se trata el enamoramiento. Sólo sentir hoy y mañana y, cada tanto, convertir el mañana en hoy, recomenzando.
Yo estoy en ese pasado. Allí me dejaste vos.
Yo creo en el amor.
Yo soy ayer por hoy para mañana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El ayer y el mañana en el que vivimos el presente. ¡Vaya tema! Lo mejor del relato: lo esperanzado de tu voz y la claridad de un momento clave.