martes, 15 de abril de 2008

Pelea

Verano se peleó con Otoño.

Otoño andaba medio remolón y Verano seguía con ganas de estirarse para marchar, casi, sin que se notara.
Otoño iba a entrar suavecito, coloreando y desparramando como azúcar morena sus frescos atardeceres maravillosos, esos que sueltan las cosquillas por el tiempo cambiante, con ganas de arrebujarse en un saco de lana y un par de medias que están guardadas en algún estante.
Otoño sabe que es uno de los momentos de cambio más lindo aquí bajo este cielo, y siempre se arregla bien con Verano, que se retira ya un poco cansado de tanto trabajo que le da llegar, conquistando al sol cada día hasta el mismo cenit, porque aquí trabaja con ganas para verse reflejado en las aguas que siempre lo devuelven, esplendente, en su sureño ser.
Pero esta vez, Verano venía un tanto envenenado y, como siguió dándole a sus entreverados pensamientos y peores sentimientos, terminaron en una terrible discusión.
¿Cuál fue la razón? Primavera, obviamente.

Es que ella no conoce a Otoño, y se maneja muy bien entre Invierno y Verano. Permanece cálidamente protegida entre las caricias y los sabios consejos de un veterano Invierno, que la adormece en ensoñaciones fantásticas, hasta que llega su momento de andar; entonces, ya Invierno rendido y feliz de su labor con la fémina, sale ella envuelta en su esplendor y, aprontándose para las tareas más bonitas, se apronta también para dejar entrar al impetuoso doncel que llegará a tomarla como la maravillosa hembra que es y la penetrará hasta hacerla suya en un Verano exultante de gozo y asombros.
Pero resulta que, a veces, a Primavera le viene nostalgia por no conocer a Otoño, y le encantaría saber cosas sobre él: que si son de la misma edad; que si la piensa; que si Verano le ha contado sobre ella; que si le gustaría conocerla; que si no está cansado de compartir siempre todo con Verano e Invierno; que si está enamorado de alguno de ellos; que si está enamorado de los dos; que si Invierno lo dejaría extenderse tratando de no ser tan Invierno, y dejarlo alcanzarla aunque sea con la puntita de sus dedos alguna vez para poder tocarse ...
Y así, entre tanto pensar, se le ocurrió desgranar preguntas a Invierno que éste le fue respondiendo casi sin darse cuenta, porque entre su tarea de dormir las cosas y preparar a Primavera para enseñarle a ser cada vez más hermosa gozando de ella en su obra, se le agitan los pensares y va contestando como no prestando mucha atención a las preguntas de Primavera. El sabe, por viejo, que nada jamás cambiará, y deja a la joven Primavera que sueñe con imposibles, porque además eso le pone un color tan indescriptible en sus mejillas y un brillo tan majestuoso en sus pupilas, que él sabe, entonces, que será ese año más anhelada aún de lo que fue el año anterior.
Por eso Primavera es así, porque entregándose descarnadamente, ferozmente, a un joven y temperamental Verano, allá atrás está pensando en ese misterioso Otoño que jamás ha conocido ni conocerá, pero que imagina permanentemente en sus sueños de despertares, de mariposas y golondrinas, de jazmines y picaflores, de aguas mansas y torrentosas cascadas de peces nadando contra la corriente.
Pero resulta que esta vez, a Primavera se le ocurrió hablarle a Verano de Otoño ... y allí se complicó todo.
Primero Verano le respondió sin darle mucha importancia a las preguntas de Primavera, pero luego, cuando éstas comenzaron a hacerse más frecuentes, Verano, en su calidad de hombre amante comenzó a molestarse, sin lograr entender nada de lo que Invierno sí entiende de la joven Primavera y sus sueños.
Comenzó a ponerse celoso.
Una noche de Diciembre, cuando Primavera dormía dejando que el calor de Verano meciera sus sueños y los de la Tierra, éste pensaba y pensaba y casi enloquece imaginando a su Otoño rozar con sus pupilas de miel las pupilas aguamarinas de Primavera. Tan celoso se puso que decidió enfrentar a Otoño y prohibirle pensar siquiera en la doncella.
Fue así que, ida la fémina a reposar para su futuro despertar, Verano retozó y pensó, y allá cuando fue a despertar a Otoño, empezaron las recriminaciones y los ataques. Pero el pobre Otoño no entendía nada de nada, porque él, al contrario de Primavera, jamás había pensado en nada que no fuese lo que es y nunca había atisbado la más mínima diferencia en las cosas que ya son de una manera y es la manera en que él es tremendamente feliz y no pretende cambiarla.
Verano y Otoño siguen discutiendo.
Otoño, que está muy dolido, ha comenzado a llorar, y Verano, que está retrasando su ida, con el retumbar del fresco otoñal y esas lágrimas, convierten esto en una humedad desagradable y el solcito de Otoño casi ni fuerzas tiene para dar calor a una tierra que debe de guardarlo para cuando llegue el Invierno.
Toda esta pelea que tienen estos muchachos por la muchacha que nos ha sabido regalar una primavera magnífica, hace que este tiempo en ocres no sea de esos casi perfectos que nos ayuda a encarar la llegada del veterano Invierno.

Estas cosas siempre se arreglan sin la intervención de nadie, así que será cuestión de aguantar y el día en que despertemos y veamos un bellísimo tiempo otoñal brillar de miel y canela en la ventana, será entonces que Verano y Otoño se han arreglado y todo retornó a la normalidad.