miércoles, 7 de noviembre de 2007
Hombre en sombras
Hoy lo vi otra vez, caminando como despidiendo ayeres nostalgiosos que le dan la bienvenida al mañana.
Gabriel tiene tres sombras. La de él y la de sus padres desaparecidos.
Sea como sea que le pegue la luz, la proyección de Gabriel nunca es finita, es una sombra embalada con dos rebordes que la contienen, oscuros paréntesis lado a lado; el uno mamá y el otro papá.
Lo criaron sus abuelos. Su niñez y su adolescencia las hubo de adolecer entre preguntas sin respuestas, en una espera continua y pertinaz que no lograba espantar.
Cuando era niño, a veces, se volaba de la escuela con su moña azul por alas y se convencía que sus padres estarían afuera, esperándolo a la salida, dándole la mayor alegría de su vida. La maestra lo sacaba de su ensoñación pero el seguía, ahora, con cosquillas emocionadas en la punta del estómago, deseando que el timbre avisara la hora de libertad para poder ver si su deseo se había cumplido. A medida que juntaba el cuaderno, los libros, los lápices y la goma para acomodarlos en su mochila, su respiración se hacía más fuerte, más fuerte y, casi temblando de emoción, comenzaba la salida del aula con pasos lentos. El camino hacia la puerta de la calle le parecía toda una eternidad. ¡Cómo quería descubrir la cara de sus papás entre la maraña de personas que iban a buscar a sus hijos!
Su corazón latía desenfrenado y, como cada vez, como cada día, parecía que se le iba a saltar del pecho mientras, febrilmente, buscaba y buscaba en un vaivén incesante de ojos y cabeza.
Luego, como cada vez, como cada día, su corazón se detenía, dejaba de latir dolorosamente por un instante cuando descubría la figura contenedora del abuelo. Mamá y papá no habían venido. Sus deseos y sus ruegos no habían servido para nada. Mamá y papá seguían desaparecidos.
El día que fue por primera vez al liceo, despidiendo la niñez escolar, dejó de esperarlos a la salida de clases.
Comenzó a verbalizar algunas preguntas, como queriendo comprender ‘por qué’. Porque había entendido que papá y mamá seguían desaparecidos.
Creció y decidió comenzar a armar el puzzle con las piezas que tenía: desaparecidos, política, dictadura, militares, guerrilleros, tortura, muerte, democracia.
No puede terminar de armarlo.
Comprendió que le faltan piezas: cuerpos, ataúdes, duelo, cementerio, verdades.
Creció y resolvió, mientras busca, vivir; pelearle al olvido transitando un presente preñado de futuro.
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6 comentarios:
Comprendió que le faltan piezas: cuerpos, ataúdes, duelo, cementerio, verdades.
Que certero Katia,todas esa piezas que faltan.
Un relato doloroso hasta la médula.
Nadie podría relatarlo mejor que vos.
Un beso
Ce
Katia es increíble la forma en que conjugás ternura y dolor. Y mucho más frente a un tema tan extremo.
En alguna oportunidad te escibí que parecía que la civilización no te había alcanzado. Hoy estoy seguro de que criaste alas, alas mágicas, que te permiten no sólo elevarte a alturas inimaginables, sino a permanecer en los tiempos.
Vine a abrazarte... Fah ! Katita, tu último comentario es precioso y contenedor ¡Gracias!... Hasta prontísimo!
La imagen de la proyección de la sombra, que nunca es ni será finita, me pareció bri-llan-te. El resto del relato, digno de una escritora de tu calaña. ¡Excelente!
Maravilloso Katia, un dolor incurable, una herida abierta para siempre pero vivo. Chiquitos, no puedo dejar de llorar, no hay un solo día que no piense en esto. Y es sanador leer relatos como este.
Gracias, Laura!! Seguí tus miguitas (como dijo un amigo) para poder llegar hasta tu casa, pero no pude entrar. Solo me muestra una preciosa foto de ojos risueños!No sabés todo lo que significa para mi tu comentario.
¡Gracias!
Un abrazo,
Katia.
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