Querido Martín:
Te escribo para pedirte un favor.
En una de esas, probablemente, no llegues a comprender las razones del discurrir de mis sentires, pero, he de decirte que, por momentos, yo tampoco las logro asir, como para poder manejarlas y no dejar que se me formen agujeritos en el alma.
A veces, cuando pienso en la gata gorda sola, encerrada y sin el afecto al que estaba acostumbrada… pucha… se me forma un nudo tan grande en la garganta que me ahoga. La imagino mirando el fondo, por el vidrio de la puerta, sin entender por qué ya no hay nadie que le permita salir a andar sus pastos, a refugiarse del calor debajo de la glicina; la imagino parada en dos patitas, rascando el vidrio pensando que, quizás, aparezca alguien que le destroce la soledad en la que ha quedado, alguien que le diga, que le explique esa ausencia que le debe doler más que su pobre espalda “descangayada”.
Pero, después siento, sé, que la gorda es como yo… llevamos, siempre, un pedacito del alma encerrado… como que estamos acostumbradas a lidiar con cárceles, propias o impuestas y, también siempre, vivimos aferradas a una esperanza.
Y es esa esperanza la que me redime de saber a Filomena tan desamparada.
Pero el tantontín de Bartolomé… el tantontín es diferente. Por perro y por macho.
He de confesarte que, también, lo siento y sé que no está bien
Jamás podré quitarme del alma la última vez que lo vi… cuando lo dejé. Parado contra la reja ostentando toda su torpeza de viejo adolescente, liberando al aire de la calle Estivao todo su oloroso ser, moviendo su cola rubia y mirándome con esos ojos de “hasta pronto, andá tranquila que yo me quedo esperándote”.
Claro, tantas veces había pasado lo mismo que él pensaba que yo iba a volver, y se quedó, guardián malhumorado, en su casa, con la gorda, mirando sus pastos a través del vidrio, utilizando camas y sillones en protesta para paliar soledades… esperando mi regreso.
Pero lo jodí.
Se quedó sin nada.
Nada le dejé. Se lo saqué todo.
Todo se lo borré de un plumazo.
Tan solo lo condené a la ausencia; esa de la que tanto sabemos los hombres y de la que nada entienden los perros.
Y ahora que el otoño ha empezado a caer por esos lados, ahora que las tardecitas se van vistiendo de frío y las hojas salen a abrigar la tierra, ahora, sé que el tantontín va a entender menos.
Por eso, te quiero pedir si podés llamar a Britos y preguntarle cómo está Bartolomé.
Me gustaría saber cosas de él: si come, si juega, si corre detrás de los pájaros, si le ladra a los ruidos peligrosos como defensor de su territorio…. si todavía le brillan los ojos…
¡Gracias desde ya!
Besos,
Katia
martes, 9 de junio de 2009
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4 comentarios:
Hace rato que no pasaba, querida. Me emocionó mucho este post de junio. Comprendo exactamente esta pena; el que no vivió el amor de un perro, no lo puede entender.
Gracias, Vesna querida!! Pedacitos del alma que van quedando por los caminos que recorremos...
Gracias por comprender, por comprenderme.
Te extraño!
Besos de montaña.
y si loe perros entienden de ausencia, me gustó tu forma de expresarlo,....saber si le brillan los ojos
seguramente Katia, cuando te recuerda, irradiará otra luz su mirada
Roxana
Katia divina, tu sabes de tristezas de hombres, desconcierto de perros y nostalgias de terruños... y nos ayudas tanto a darle forma y entenderlo, que te haces necesaria, donde estés.
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